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LA ARQUITECTURA VERDE

LA ARQUITECTURA VERDE

“Todos estamos aquí para desarrollar una vida más hermosa, más concordante, más expresiva de nuestro propio sentido de orgullo y alegría que nunca antes en el mundo”. (Frank Lloyd Wright, 1957)

Con su filosofía cambió para siempre la forma en que construimos y vivimos

El Instituto Americano de Arquitectos lo considera como el arquitecto estadounidense más grande de todos los tiempos. Y la afirmación está sustentada en hechos: la gran obra de Frank Lloyd Wright se desarrolló a lo largo de siete décadas de trabajo tenaz, fue capaz de crear algunos de los espacios más innovadores de su tiempo y, de sus 1,114 obras diseñadas, 532 se hicieron realidad.

Con una filosofía cimentada en diseño para la democracia, integridad y conexión para el bienestar de la sociedad, el uso de nuevas tecnologías y prácticas que ampliaran el alcance de su oficio, y la idea de que la arquitectura era la madre de las artes, la obra de Wright marcó un antes y un después, inspirando a muchas generaciones de arquitectos en el mundo.

Inicios de una brillante carrera

Frank Lloyd Wright nació en Wisconsin, el 8 de junio de 1867. Hijo de William Carey Wright, un predicador y músico, y Anna Lloyd Jones, una maestra. Debido a que su padre viajaba mucho por razones profesionales, la infancia de Frank transcurrió entre Rhode Island, Iowa y Massachusetts, antes de que su familia se estableciera finalmente en Madison, Wisconsin, en 1878.

Tras el divorcio de sus padres en 1885, las circunstancias económicas fueron difíciles para la familia, por lo que comenzó a trabajar a sus 18 años para el decano de ingeniería de la Universidad de Wisconsin, a la vez que estudiaba.

Como ya tenía muy claro desde ese entonces que deseaba ser arquitecto, en 1887 decidió dejar Madison para irse a Chicago, donde encontró trabajo en la prestigiosa firma de arquitectura Adler y Sullivan, una de las más importantes de la época.

Una forma de pensar innovadora

Parte de la filosofía de Wright se fundamentaba en lo que llamaba diseño para la democracia, que buscaba ofrecer a sus clientes entornos que no sólo fueran funcionales, sino también “elocuentes y humanos”, por lo que persiguió una arquitectura para todos, en lugar de una arquitectura de todos para uno.

Su concepto de integridad y conexión nacía de su convencimiento de una arquitectura genuinamente transformadora, es por ello que dedicó su vida a crear una estética total que mejorara el bienestar de la sociedad, capaz de nutrir las vidas de quienes ocuparan esos espacios. En ese sentido, Wright decía: “los edificios, como las personas, deben ser sinceros, deben ser verdaderos”.

Para este gran arquitecto, un edificio verdaderamente orgánico se desarrollaba desde adentro hacia afuera y, por lo tanto, estaba en armonía con su tiempo, lugar y habitantes. “En la arquitectura orgánica, por tanto, es absolutamente imposible considerar el edificio como una cosa, su mobiliario como otra y su entorno y ambiente como otra cosa más”. Siguiendo estos parámetros, Wright dejaba muy claro que el espíritu con el que se debía concebir un edificio tenía que incluir todos estos elementos juntos, pero trabajando como una sola cosa.

A lo largo de una carrera que abarcó siete décadas, Wright adoptó nuevas tecnologías y tácticas, lo que le permitió alejarse de lo convencional y ampliar constantemente su visión. Esa tendencia a explorar lo nuevo y su deseo de ser pionero explican, hoy en día, por qué era capaz de experimentar con sus materiales una y otra vez, incluso hasta el borde del fracaso. Lo hacía con un claro objetivo: obtener resultados innovadores siempre al servicio de la sociedad y del medio ambiente.

La arquitectura como la gran madre del arte

Wright dedicó su vida a promover la arquitectura como la gran madre del arte, detrás de la cual todo lo demás está relacionado. Para ello, se inspiró en la cultura japonesa y su idea de que cada objeto, cada ser humano y cada acción deben estar integrados. Además, Wright creía en la belleza, y que cada hombre, mujer y niño tenía derecho a vivir una vida hermosa. Por ello, su trabajo siempre buscaba crear una arquitectura asequible que sirviera a esa aspiración.

Frank Lloyd Wright y su contexto histórico

El gran arquitecto cambió la forma en que construimos y vivimos porque supo entender que Estados Unidos luchaba por definir su identidad arquitectónica.

En ese entonces, la mayoría de los estadounidenses que seguían las modas querían que sus edificios, como ellos mismos, estuvieran vestidos con estilos europeos. Para Wright, esto era inaceptable, y como profesional visionario sentía que el país necesitaba desesperadamente una arquitectura que reflejara su carácter único: una arquitectura verdaderamente estadounidense. Wright supo darse cuenta, y fue esta idea el motor de la pasión a la que entregó toda su vida.

Sostenibilidad adelantada a su época

A lo largo del desarrollo de su carrera, Wright pudo reconocer que la estructura y el espacio podían ser en sí mismos herramientas poderosas con las que crear y transmitir valores culturales. Como ejemplo de ello, podemos ver la gran importancia que su arquitectura residencial le dio al hogar, la mesa del comedor, la sala de música y la terraza.

Además, su enfoque para crear una arquitectura que pareciera vinculada a su entorno de manera natural, tanto en forma como en materiales, ya se adelantaba, de manera evidente, a muchas de las preocupaciones de sostenibilidad que tenemos en la actualidad.

Una de las grandes razones que cimentaban su obra era la idea de que todo lo hecho por el hombre fuera un agrado para la naturaleza y no una intrusión. Y más allá de la estética, se trataba de una filosofía de vida que defendía la idea de edificaciones fusionadas armónicamente con su entorno natural.

Para ello, algunos de sus principios clave incluían el uso de materiales locales para reducir el impacto ambiental, diseños que maximizaban la luz natural y minimizaban la necesidad de iluminación artificial, así como una orientación estratégica para el ahorro energético. Algo que hoy en día nos resulta absolutamente necesario para la sostenibilidad.

Tal como profetizó Wright, “el trabajo se volverá más simple; más expresivo con menos líneas, menos formas; más articulado con menos trabajo; más plástico; más fluido, aunque más coherente; más orgánico”.

 

 

 

 

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